Lenin: de la seducción al mausoleo. / Miguel Iturria Savón
Un seductor llamado Lenin, de Cecilia Molinero Flores, publicado por Fussion Editorial, me devuelve a la memoria el retrato del personaje calvo, serio y enigmático que presidía los salones y actos de la Cuba pro soviética de mi infancia y juventud, donde fue un vértice de la triada divina junto a F. Castro y K. Marx, cuyos panfletos políticos estudiamos en la Universidad.
El Lenin de Cecilia Molinero es el mismo, pero parece menos anacrónico, hierático y santurrón; un hombre de su tiempo con sus gustos, manías, virtudes y defectos que amó y utilizó a su madre, hermanas, esposa y amantes, con las cuales sostuvo una vasta correspondencia y tuvo hijos -y nietos- a los que abandonó por su “entrega absoluta al Partido y la Revolución”, centro de su obra y labor política antes y después de llegar al poder, cuando sus camaradas y amanuenses le inventan una leyenda rosa y momifican sus restos, depositados aún en un Mausoleo de Moscú, a modo de pirámide o mezquita para peregrinos del socialismo mundial.
Para mí, es difícil leer nada de o sobre Lenin, pero creo que el libro de Cecilia, breve, cálido y explícito, puede ser de interés en estos días de otoño para lectores curiosos que, recogidos en el sofá, deseen redescubrir al líder ruso con vocación de profeta y alma de Robín Hood.
Cien años después, ¿quién pensaría que el momificado guardián del Kremlin no fue el apacible misógino casado con su eficaz esposa-secretaria, sino un seductor que desató pasiones entre sus amantes y secretarias, una de las cuales lo chantajeó por desdén?
La autora apenas bucea en la biografía del revolucionario ruso de principios del XX, sino en instantes de su vida íntima y familiar asociados al hombre en sí -y para sí-, lo cual favorece la libre exposición de sus puntos de vista sin la rigidez pautada de biógrafos e historiadores ligados a ideologías e intereses de estado y partidos. Su estilo, sencillo y directo, oscila entre la crónica, el ensayo creativo y la síntesis biográfica. Se nutre, por supuesto, de artículos y testimonios, biografías, cartas, memorias y otros documentos y fotos obtenidos en archivos de París, Suiza, Estocolmo y Moscú.
Sabíamos que Lenin, además de escribir ensayos y discursos sobre el capitalismo, el imperialismo y las tácticas y estrategias para tomar el poder y adecuar la realidad a la doctrina marxista, fue un conspirador hermético y un gobernante tenaz que escuchaba, persuadía o excluía a cualquiera para lograr sus fines. ¿Qué aporta entonces Cecilia Molinero en su cálida, amena y honesta mirada sobre Lenin?
La respuesta está en la relectura femenina del enfoque humano dado al personaje que trasmutó la dictadura de los zares por la dictadura del proletariado en Rusia. En ese sentido, Cecilia le resta capas al mito al revelar la dependencia de Lenin de su madre y hermanas, dependientes a su vez de la pensión de estado del padre difunto y de las propiedades heredadas del abuelo -el judío converso Moisesh Blank-, lo que les permitió estudiar, viajar y vivir sin agobios en varios países de Europa, donde supo camuflarse como “un artista del engaño” y usó nombres falsos: Volodia, Toulin, William Frey, Petroff, Iván Fedorowitsch…
Cecilia corre la cortina sobre los rasgos personales relegados por la historiografía oficial de Lenin, ese hombre de “figura tosca y fornida”, “tacaño y ahorrativo, orgulloso y desconfiado”; a veces “distante, frío y no amable, pero con absoluta confianza en sí mismo…” Sin “amigos íntimos, sino compañeros pues valoraba la lealtad política por encima de la simpatía…”; además de “detestar las críticas, los chismes y la libertad de expresión”.
Según la autora, Lenin “No era hombre de acción, como lo fueron Trotsky e incluso Stalin; nunca participó en una manifestación… Era un táctico, lo suyo era la clandestinidad…”, aunque “…se movía bien entre bastidores…” y obtuvo la protección de Fedor Kerensky -padre del célebre Kerensky al que Lenin le dio el golpe de Estado en 1917- y se relacionó con personajes variopintos: Kamo -célebre atracador de bancos y amigo de Stalin-, el agente zarista Malinovski -fusilado por Stalin después-, el cantautor Montehus, los escritores M. Gorki y Curzio Malaparte, y camaradas del Partido como Martov, Trotsky, Lev Kamenev o Clara Zetkin.
El plato fuerte de Un seductor llamado Lenin, reside en sus nexos pasionales y utilitarios con las mujeres. “Le gustaban las mujeres con clase, detestaba la vulgaridad y nunca se relacionó a nivel personal con miembros de la clase obrera…” El tema contradice la mojigatería que le adjudican sus biógrafos cuando “tener una amante formaba parte de la idiosincrasia rusa, había una alta tasa de prostitución y las enfermedades se propagaban”. Lenin recibió tratamiento contra la sífilis.
Advierte, sin embargo, que Lenin “…fue un hombre de ideas bastantes conservadoras en cuanto al sexo”, es decir, “un progre de galería”; pero le dedica un capítulo breve a cada una de las mujeres de su vida, incluidas la madre, hermanas, la esposa y las principales amantes: detalles de encuentros, citas de las cartas cruzadas y las posibles huellas dejadas en él por María Ivanova, Apolinaria Yakuvoba, Nadia Constantinova -o Krupskaia, su tolerante esposa-, Alexandra Mihailkovna, Lena -con la que tuvo un hijo que reconoció y abandonó-, Lise de K. (una burguesa virtuosa del piano que publicó sus memorias), Inesa Armand, la más mediática y amada por Lenin, pese a estar casada, tener varios hijos y otro con Lenin -entregado a un matrimonio comunista-, y Lidia Alexandrovna Fotieva, Secretaria, confidente y amante del líder.
En el capítulo final, “Claroscuros de un hombre”, Cecilia Molinero culmina el retrato de Lenin con pinceladas sin morbo. Evoca, por ejemplo, su primer encuentro con Trotsky y la impresión de cada uno; así como la “monótona vida en el Kremlin”, los últimos días, el “secretismo absoluto” sobre su vida, sus gastos y la leyenda de modestia “espartana”, las calles, estatuas y museos dedicados a él, venerado como el Dios de la revolución, pese a sus manías y banalidades anotadas en los diarios del Kremlin, donde aún reposa en su urna de cristal para atraer a turistas.
Como Happy end, un dato curioso: Vladimir Putin, Presidente de Rusia, está vinculado emocionalmente a Lenin a través de su abuelo -cocinero personal de Lenin y luego de Stalin-.
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